domingo, 3 de mayo de 2015

¿Digo lo que pienso?



"Al examinar mi niñez, no recuerdo ningún secreto. Sólo recuerdo que no se hablaba sobre ciertos temas, como las relaciones sexuales, el dinero o la religión. Mi familia también tenía problemas para hablar sobre el amor, el temor, la inseguridad y la ira."
                                                                                                  Esperanza para Hoy p. 352.
                                                                                                  Grupos de Familia Al-Anon





El proceso de comunicación en las familias disfuncionales por alcoholismo y otras adicciones es uno de los obstáculos más fuertes que ocurre entre sus miembros. El hablar y el escuchar, se convierten en tareas monumentales pues muchas veces generan violencia física o verbal y la gran mayoría de las veces no son permitidos.

Así hoy, decir lo que pienso no es el comportamiento más habitual. Hay una frase muy corriente que revela tal actitud y es;  "mejor evitemos problemas". De todas formas, los problemas ya están y el hecho de no hablar de ellos no significa que vayan a desaparecer. Sin embargo, desde muy pequeños aprendemos a evitar decir lo que pensamos y eso nos acarrea a lo largo de la vida, pero sobre todo en la vida de adultos, muchos problemas de relación con los demás. Tener paciencia y esperar a que las cosas cambien de rumbo sin hablar de ellas, es descabellado. Aislarse para evitar el compromiso de dar una opinión frente a algún hecho, no es precisamente un acto de ayuda y apoyo. No decir lo que pienso por vergûenza de lo que el otro podrá pensar de mi, no contribuye a encontrar las mejores soluciones. No decir lo que pienso por evitar las consecuencias, finalmente me vende al problema y me hace su aliado, evita que pueda encontrar nuevas opciones. Decir lo que pienso es mi derecho, pero es mi decisión empezar a ejercerlo.






Decir lo que pienso, tiene implícita una cuota de temor por la reacción del otro, razón por la que otras tantas veces me abstengo de hablar. El miedo a que el otro no esté de acuerdo conmigo o yo no esté de acuerdo con él y me rechace o se enfade, hace que prefiera el silencio, a ofrecer lo que pienso de las cosas. En las familias disfuncionales, el hecho de pensar diferente, de no estar de acuerdo con papá o mamá, tiene un alto precio. Jamás las diferencias son bienvenidas. El objetivo es que todos pensemos lo mismo, queramos lo mismo y estemos sufriendo de lo mismo. El control se ejerce de tal manera, que hasta el pensamiento de toda la familia debe ser controlado. No es casualidad que aquellos que venimos de familias así, estemos en contra de cualquier compañero, amigo o conocido que se atreva a pensar de una manera diferente y le rechacemos de inmediato o tratemos bajo cualquier pretexto de que cambie su opinión a favor de la nuestra. Pensar diferente también es válido. De hecho las diferencias traen soluciones y oportunidades que a veces no vemos por nuestra exagerada invidencia emocional. Abrir espacios a todos los miembros de la familia, de la comunidad o de mi grupo de amigos, hará que las relaciones se fortalezcan y la relación perdure. Escuchar a otros que no piensan como yo, me permite conocer un mundo al que solo puedo tener acceso si abro mi mente y mi corazón a su expresión. Si permito a otros decir lo que piensan sin atacarlos sino al contrario brindándoles atención y escucha, muy seguramente los demás me permitirán decir lo que pienso sin censura alguna. Y aunque tal acción no implica que esté necesariamente de acuerdo con ellos, se mejorará notoriamente la comunicación y la aceptación de unos y otros, hará que se llegue a acuerdos o se propongan diferentes soluciones.




Decir lo que pienso a veces es un ataque, porque si lo único que tengo en mis pensamientos para compartir es crítica, quejas y reclamos, aquellos a los que me dirija se sentirán agredidos y ofendidos por mis palabras y automáticamente emprenderán su defensa. Usar el sarcasmo o poner en ridículo a alguien para poder decir lo que pienso, no son métodos que ayuden a mantener una comunicación en armonía en paz. Los pensamientos se convierten en palabras. ¿De qué manera estoy pensando de las personas, de las circunstancias, de las cosas, de mi entorno, de la vida,  etc., para que cuando hable de ellas, lo haga de la manera en que lo hago? Si estoy hablando la mayoría de las veces de desastres, tragedias, enfermedad y muerte, ¿no será que en eso estoy pensando en la mayoría de mi tiempo? No podemos hablar de algo en lo que no pensamos. Pensar en positivo es hablar en positivo. Pensar en bondad, amor, serenidad, alegría, paz, es hablar de lo mismo con todos lo que nos rodean. Y pensar en negativo, con acusación, venganza, resentimientos, etc, es hablar de la misma manera. Mi tarea será  revisar lo que pienso, teniendo como referencia lo que hablo. 




Decir lo que pienso puede ser desconcertante, cuando no sé qué decir. Cuando no tengo una idea clara de lo que pienso con respecto a algo. Como he pensado que nunca sé lo que debo hacer, he tenido que recurrir a lo largo de los años, a preguntarle a una y mil personas, hasta el más minimo detalle frente a decisiones trascendentales y también nimias de la vida, fingiéndome un niño desvalido y desprotegido y esquivando mi actitud de adulto responsable de sí mismo. Por tal razón, no tengo ideas claras y propias para poder expresarlas cuando hablan de temas, o cuando hay que tomar alguna decisión. No sé qué decir porque no sé qué pensar. La escala de valores aprendida en una familia disfuncional está confusa por decirlo menos, porque el lugar de los valores se ha invertido. La soberbia está por encima de la humildad, la ira vale más que la serenidad, el miedo le va ganando al amor, la guerra está por encima de la paz, la lealtad es perseguida por la complicidad, la tristeza está mas presente que la alegría, el egoismo individual se rie a carcajadas del altruismo, la infidelidad se burla de la fidelidad, el engaño tiene más valor que la verdad, y... bueno, así sucesivamente. Así las cosas, habiendo aprendido todo al revés, debo preguntar a mucha gente ¿qué pienso?, ¿qué digo?, no sé que decir. Sin embargo, el problema real permanece hasta que no me haga una idea personal propia de las cosas. Se trata de ir logrando mi identidad personal y respaldarla. No siempre se cuenta con alguien a quien preguntar lo que debo pensar y decir para salir de un embrollo. Aprender de valores, reorganizar mis creencias frente a los valores, hacer una lista de valores propia, me ayudará a pensar claramente para poder decir lo que pienso actuando en nombre propio, decidiendo por mi mismo y haciendo valer mis derechos.





Decir lo que pienso frente a temas como las relaciones sexuales, el dinero, la religión, la política, el amor, la ternura, la inseguridad, o la ira, en forma clara y sin ambages, pero de una manera cortés y pausada, les da claridad a los demás de mis límites y yo sé a qué atenerme en cada circunstancia. Para evitar tener que terminar aceptando responsabilidades que le corresponden a otros, decir lo que pienso frente a los parámetros de cada uno, las responsabilidades de cada quien y los términos en los que se vivirán cada uno de esos temas, ayudará sin duda a unas relaciones interpersonales más saludables y adecuadas. Ocultar nuestros pensamientos frente a estos temas, pretendiendo que se den por comprendidos, ocasiona malos entendidos y deterioro en las relaciones con los demás. Es mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida.



Que la serenidad y la paz te acompañen a lo largo del camino, siempre.

ANNY L
















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