miércoles, 5 de febrero de 2014

Oración de la Serenidad


Hace aproximadamente 20 años, una noche luego de tener un percance con el carro que conducía en una avenida principal de Bogotá, se me acercó un indigente y muy amablemente se ofreció a  acompañarme mientras llegaba ayuda, para que no me fueran a asaltar "sus compañeros". Dijo que vivía muy cerca del lugar debajo de un puente peatonal, por lo que conocía bien la zona.  Ya era muy avanzada la noche, pero mientras se solucionaba lo del carro, estuvimos hablando y una de las cosas que me compartió fueron sus escritos. Hacía poemas y narraciones con bastante estilo. Hablaba con profundidad acerca de su situación y de lo que soñaba en su vida. Pasaron mas o menos dos horas hasta que llegaron a solucionar el daño y luego continué mi camino. Al despedirnos, me dijo que se llamaba Frank y me regaló en un papel de cuaderno escrita la Oración de la Serenidad que guardé con delicadeza en mi billetera. Ese fué mi primer encuentro con este maravilloso recurso.

Ese día no imaginé que años mas tarde fuera la Oración que mas pronunciara en un día y que brindara el alivio a mis crisis emocionales por el contagio familiar por alcoholismo.

La mayoría de los grupos de Doce Pasos inician sus reuniones con la Oración de la Serenidad. Para mí es una forma de unirnos a ese Miembro Invisible que también está presente para poder compartir en voz alta nuestros sentimientos y escucharlo a través de lo que se dirá en la reunión. Es llamar a ese Dios de nuestro entendimiento a que haga presencia allí entre los miembros.

La Oración de la Serenidad es la Oración de límites por excelencia. En ella le pedimos a Dios que podamos identificar lo que no podemos cambiar, como a las personas y sus comportamientos, la familia que tenemos, y en general aquellas cosas que no dependen de nosotros y que nos conceda la SERENIDAD para ACEPTARLAS.

No podemos cambiar lo que cada quien decide hacer con su vida aunque no estemos de acuerdo. No podemos cambiar las decisiones que otros tomen sobre su forma de vivir aunque nos duela verlos. No podemos sembrar terrenos diferentes al nuestro. No podemos cambiar las actitudes de nuestros seres queridos por muy buena intención que tengamos. No podemos controlar la vida de los que mas amamos sin pagar un alto precio por ello. No puedo dejar ser hijo ni padre de quienes lo soy. No puedo cambiar la forma de pensar de nadie distinto a mi. No puedo hacer que el tráfico fluya mas rápido o que deje de llover.
Son tantas las cosas que me enojan y hacen mi vida ingobernable sobre las que no tengo control, que es en ese preciso momento en el que es necesario traer la Oración de Serenidad al pensamiento y pedirle a Dios que me conceda la serenidad para aceptarlas, porque no puedo hacer nada frente a ellas.

Identificar aquellas cosas que puedo cambiar, que dependen de mi, de mi actitud, de mi forma de pensar, de mi disposición a hacer algo diferente, de hacerme cargo de mi mismo, de tomar decisiones sobre mi vida y lo que es mejor para mi, requiere de VALOR.  Siempre es más sencillo no hacer nada y quejarse constantemente por lo que se vive a disgusto. Seguir en la actitud de la víctima es mas fácil que cambiar, porque ese estilo ya se conoce bien. Después de todo nos ha acompañado durante tantos años, que es nuestro día a día.  Cambiar requiere valor. Se necesita valor para hacer algo diferente y encontrar resultados diferentes. Es de valientes comprometerse a no dejarse doblegar más por el alcoholismo y emprender el camino de la recuperación. Se necesita valor para ir a reuniones, leer, compartir, estudiar, aprender, poner en práctica, recaer y levantarse nuevamente.  Las cosas que puedo cambiar dependen de mi y sólo yo  puedo hacerlas diferentes cuando le pido la ayuda y participación a Dios, pidiéndole que me conceda el VALOR para hacerlo.

El contagio familiar se caracteriza porque la línea entre lo que es del otro y lo que es mío es muy difusa. Nada clara. Por lo general termino haciendo lo que le toca al otro, haciendo lo que él puede hacer por él mismo, invadiendo terrenos de los seres que más amo, descuidando lo que sí me toca, aquello por lo que yo debo responder y sobre todo dejando de vivir mi propia vida. Es allí cuando le pedimos al Dios de nuestro entendimiento que nos conceda la SABIDURIA, para saber qué es lo que me corresponde verdaderamente y qué es lo que le corresponde a los demás. Si ocurre una crisis, poder distinguir entre lo que yo hice mal y lo que el otro hizo mal y que cada uno asuma las consecuencias de sus acciones. La sabiduría me permite dejarle a los demás sus mochilas con sus cargas y hacerme cargo de la mia. La sabiduría me deja ver dónde termino yo y empieza el otro.


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