miércoles, 5 de junio de 2013

Séptimo Paso



Al haber hecho un sincero y minucioso examen de conciencia en nuestro Cuarto Paso, hemos identificado junto con nuestras cualidades y fortalezas, también los defectos de carácter que tanto nos han hecho la vida ingobernable. Y tal vez en aquel momento hemos considerado con bastante seriedad suprimirlos para intentar alcanzar la serenidad y la paz que tanto hemos anhelado.

Sin embargo, ahora que llega el momento de pedir que seamos liberados de ellos, el pánico hace presa de nosotros, porque... si se va aquello que aunque no me sirve, es lo que siempre ha formado mi personalidad y mi identidad... acaso no quedaré como un trozo de queso, lleno de huecos? ¿Cómo seré yo, sin mis defectos que me han acompañado por años y que me han servido para sobrevivir en mi familia alcohólica?
¿Si suelto el control, nos invadirá el caos? 

Otros por el contrario, están tan decididos a dejar todo aquello que se ha convertido en una carga para su bienestar, que quieren prescindir que TODOS de un solo tajo. Y no ven la hora en que sean liberados de todos esos defectos de carácter y se hacen a la idea de que Dios con su "varita mágica" en un solo toque, hará que desaparezcan para siempre en un sólo instante.

Tanto unos como otros, en el sexto paso han logrado la disposición para que Dios elimine esos defectos de carácter. Y es en este séptimo paso donde tomamos acción para que eso se lleve a cabo. Con dudas o sin ellas, empezamos por PEDIR. Y no de cualquier forma. Pedimos con humildad. 

Pedir se ha convertido en un acto que casi que hemos excluido de nuestra vida. Durante tantos años hemos pedido y no hemos visto el resultado de nuestras súplicas, que realmente hoy, pedir nos cuesta. Hemos aprendido a solucionarnos nuestras propias necesidades, a no contar con nadie mas que con nosotros mismos para lograr que las cosas salgan bien, que hoy, pedir no es una opción. Se nos dijo tantas veces que jamás pidiéramos nada a nadie, que al final quedamos tan convencidos de ello, que hoy, ya no sabemos pedir. Aprendimos que sólo el necesitado y el débil pedían ayuda, que hoy, simplemente por orgullo, no pedimos. 

Sin embargo este paso, nos invita a pedirle a nuestro Poder Superior por nuestro cambio. Pedirle Su ayuda para lograr aquello que siento en mi corazón me ayudará a vivir mejor. Pedirle que pueda deshacer todas esas ideas equivocadas que aprendí sobre pedir y que me permita abrir mi corazón y mi entendimiento para escuchar Su voz y la forma como puedo ir logrando dejar a un lado mis defectos de carácter. Pedirle Su inspiración y Su guía. Sin decirle cómo, cuándo y dónde y el resultado que deseo. Dejar que El actúe en mi vida para que a Su modo, mis defectos vayan desapareciendo y dejando en su lugar alegría, bienestar, salud, tranquilidad, sano juicio, desprendimiento, amor.

Cuando pedimos a Dios con humildad somos escuchados. Pedir con humildad es decir "por favor". Es decir Tu eres el más grande y sé que puedes hacer por mi lo que yo no puedo hacer por mi y así lo reconozco y lo acepto. Estoy dispuesto a hacer Tu voluntad y dejar de hacer "sugerencias" de cómo podrían llegar a ocurrir las cosas. Humildad es no exigir, ni reclamar, ni hacerse la víctima, ni gritar, ni hacer espectáculos para pedir Su ayuda. Humildad es saber que aunque deseo intensamente cambiar, sin El no puedo hacerlo.

Y luego de pedir con humildad, llegan los resultados. Llega el milagro que tanto hemos soñado. Empezamos a cambiar. Poco a poco y paso a paso, para la desilusión de algunos que querían que se diera de inmediato, pero llega; y con los resultados llega la alegría a nuestra vida y el bienestar ya se hace evidente y podemos sentirlo aunque nos sea extraño. Llegará un terapeuta nuevo, un libro del que podré sacar ideas, un compartir que me ayuda a aclarar situaciones, nuevas ideas, nuevas opciones, y llegará la magia del DARME CUENTA. 

Darme cuenta del momento en que empiezo nuevamente en mi HOY a recurrir a viejos patrones de conducta. Darme cuenta de que estoy usando trucos como la manipulación para controlar. Darme cuenta de los verdaderos motivos por los que estoy actuando. Darme cuenta de querer forzar resultados. Darme cuenta de estar pisoteando los límites de los otros. Darme cuenta de mis viejas y nuevas obsesiones. Ese DARME CUENTA me abre la posibilidad de actuar de una manera diferente y de cambiar mis viejos defectos de carácter por emociones opuestas, por el mismo defecto pero enfocado positivamente, por nuevas formas de reaccionar, por el silencio, por el no actuar, por comprender y respetar a los otros a pesar de sus dificultades, que de ninguna manera podemos llegar a quedar con los huecos de una tajada de queso. Porque en el espacio de cada defecto de carácter, sólo por la gracia de Dios, va quedando poco a poco un comportamiento diferente, una idea diferente, un sentimiento diferente y una acción diferente.

Cambiar es posible. Pedirle a Dios con humildad ese cambio, es lo que lo hace posible. Pero no se logra sin mi propia acción. Escuchar, estar alerta a ver e identificar lo que debo o no debo hacer para cambiar, es mi tarea. Este paso no me quita mi responsabilidad y se la pone a Dios. Me recuerda que mi bienestar es mi responsabilidad. Que la perfección es sólo otro defecto de carácter. 

Unos defectos se irán, otros volverán de vez en cuando, otros tomarán matices mas favorables, otros se quedarán ahí por algún tiempo, encontraré nuevos defectos que no había reconocido, me olvidaré por completo de otros. Lo cierto es que las cosas ya no irán de la misma manera. Mi vida ya no será la misma. Cuando cambio mi forma de pensar, cambio mi forma de sentir y cambia mi forma de actuar. Ahora mi tarea será empezar a disfrutar del cambio, a sentirme cómod@ con él y continuar cambiando mis defectos uno a la vez. Sin prisa, sin presión, sin angustia. Siempre pidiendo a Dios el nuevo cambio.

 Hoy tengo algo más para agradecerle a Dios: Haber encontrado la forma de cambiar.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario