miércoles, 12 de noviembre de 2014

Decisiones




Uno de los laberintos que a diario tenemos que enfrentar tiene que ver con DECIDIR. Se ha convertido en todo un dolor de cabeza decidir desde lo más simple hasta lo más complejo. Y la gran dificultad radica en el fantasma que persigue a toda decisión:  EL RESULTADO. Lo que se espera de ti, lo que desea el resto de tu familia que consigas, el éxito y la fortuna que tanta falta hacen, los nietos que desean conocer, en resumidas cuentas, todo lo que tiene que ver con el futuro que no existe pero que sientes que desde ya tienes que comprometerte.

En las familias disfuncionales por alcoholismo y por otras adicciones, no hay patrones que nos sirvan de ejemplo a seguir para tomar decisiones. Por lo general los adultos andan tan perdidos como los chicos en este tema. Sin embargo, los adultos, las personas que están a cargo, implantaron una modalidad nociva emocional que nos ha acompañado a medida que vamos creciendo y que nos dificulta tremendamente tomar decisiones ya en nuestra edad adulta: EL CASTIGO. A buena decisión no hay castigo y a mala decisión hay castigo. El premio se omitió. De ahí la reiterada costumbre de ver el punto negro en la hoja blanca, el defecto "para corregir", el error "para resolver", el cuadro torcido "para enderazar". Y ahí surgió nuestro dilema. ¿Cómo poder decidir sin que me cueste castigo? (Casi siempre golpes físicos o desplantes emocionales)

Y entre el castigo y el resultado, no se sabe cuál hace más daño, cuál presiona más, cuál dificulta más la toma de decisiones y en general, cuál de los dos nos hace la vida más ingobernable.

Lo curioso es que ambos están ligados a una misma emoción para nada desconocida en la familia: MIEDO. Entonces, vamos hilando miedos hasta que llegamos a un punto en el que nos paralizamos y preferimos salir a la mayor velocidad posible a encontrar en afanoso desespero a ALGUIEN que tome las decisiones por nosotros, para que sea éste el que responda por los resultados y en caso de que salga algo mal, reciba el castigo. Y ya está solucionado el problema.

Estas estrategias de salvación por lo general nos llenan de magulladuras el alma y nos hacen mas mal que bien, porque ni siquiera le pasamos un formulario para llenar los datos básicos del solicitante y cuando ya lo hemos hecho parte del problema y le hemos cargado nuestras mochilas al cuello, el que parecía nuestro salvador, muchas veces se convierte en nuestro propio verdugo.

¿Cómo resolverlo? Lo primero que hay que desaprender es que disciplina es castigo. Disciplina es enseñar a asumir las consecuencias de los actos. Aquí el tema de los límites viene como anillo al dedo. Si pasas los límites asumes consecuencias. Te responsabilizas de tus actos. El castigo sólo genera ira y cuando no se puede expresar se va acumulando poco a poco hasta que explota en alguna parte del cuerpo o genera una situación caótica en la familia. La venganza es muchas veces el resultado del castigo reiterado e injusto. Y un corazón vengativo no posee sano juicio. Se deja llevar por sus impulsos y solo vive anhelando el momento del desquite. El castigo sólo se limita a infligir dolor. No educa, no explica, no corrige con amor, no enseña la lección que hay detrás de las equivocaciones, no nos invita a fortalecernos y avanzar, solo nos detiene presos de la rabia y el dolor.

Luego, hay que considerar la posibilidad del error como algo que hace parte del vivir de los seres humanos y en general en todos nuestros actos. Las personas codependientes desarrollan una tremenda aversión al error y por lo general la enseñan y trasmiten de generación en generación. Hay que recordar que el codependiente es el miembro que no bebe y que piensa inequívocamente que como no lo hace, su forma de vida es la adecuada, lo que la lleva (por lo general es la esposa) a imponer rigurosamente sus ideas al resto de la familia. Y el temor al fracaso y a cometer errores, se encuentra dentro de este patrón que enseña.

De esta manera, si no contemplo desde el comienzo un margen de error en todos los actos de mi vida, pues naturalmente no voy a tomar ninguna decisión, porque ningún resultado será perfecto. La perfección es otro de los grandes mitos de la codependencia cuyo objetivo es la búsqueda de aprobación. La perfección no existe. Con esto no quiero llevar una falsa motivación hacia la mediocridad. Simplemente digo que en los resultados hay variables que no siempre estan bajo mi control, lo que impide que el resultado sea perfecto.

También debo tener en cuenta que muy seguramente un gran porcentaje de los que amo y de los que no amo, no estarán de acuerdo con los resultados que yo obtenga y así debo aceptarlo. No se puede tener contento al cien por ciento de todos aquellos que conozco. Partir del pensamiento razonable que no todos estarán de acuerdo, ya me quita una carga de encima. Las votaciones en general, se ganan solo con un 51% a favor el otro 49% estarán en contra de la propuesta.

Cuando se trabaja el Séptimo Paso en un programa de recuperación, se aprende que los resultados SIEMPRE son del Dios de mi entendimiento. Sólo El tiene una visión mayor a la mía y sabe de antemano lo que me conviene aunque no me guste. A veces, que Dios nos conceda lo que más queremos puede llegar a ser altamente peligroso. Siendo así, lo único que nos corresponde es la mitad de la acción y la otra mitad ya estará en las manos de Dios.

Si podemos aceptar resultados buenos, otros medios y otros no tan buenos, comprenderemos que el fracaso no existe. Muchos asocian el resultado al fracaso, Resultado malo, fracaso. Resultado bueno, éxito. No obstante, muchas de nuestras experiencias de "fracaso" se han convertido en verdaderas lecciones de vida para nosotros. Donde no obtuvimos el tan anhelado éxito, pudimos encontrarnos muchas veces a nosotros mismos. Porque la magia de la vida está en el andar, se vive en el paso a paso hasta llegar a la meta. No es la meta en sí misma lo que hace la vida. No es la llegada a la playa lo que hace de las vacaciones el evento más esperado. La preparación, la búsqueda, la maleta, todo aquello que anticipa la llegada es parte de la dicha de llegar a la playa.

Emprender una nueva idea, un nuevo negocio, un nuevo trabajo, otra forma de vestir, aprender un arte o cualquier otra disciplina, sea lo que fuera que decidamos emprender, ya es un éxito. Y no depende del resultado. El resultado depende de muchas variables que están fuera de nuestro control. Si puedo interiorizar que el fracaso no existe, que las acciones que llevan a los resultados poseen en si mismas dicha y felicidad, podré tomar más fácilmente decisiones.

Dentro de los programas de Doce Pasos, se aprenden otros doce Principios Espirituales que se llaman Tradiciones. Son un instrumento para que los miembros de los grupos puedan trabajar en su recuperación dentro de un marco de armonía y serenidad. Son las Tradiciones las herramientas que también me pueden ayudar a saber qué tan acertadamente podría llegar  a tomar decisiones ya que mis decisiones me afectarán no solamente a mi, sino a todos a mi alrededor.

Primera Tradición. Considera el bienestar común. Si voy a tomar decisiones, debo tener en cuenta el bienestar de los que se verán afectados. Y jamás puede prevalecer un interés individual sobre el bienestar común de un grupo.

Segunda Tradición. Habla sobre la autoridad de un Dios bondadoso que está presente en cada una de las reuniones. Aquello de familia que reza unida, permanece unida es un modo de expresar la presencia de un Dios bondadoso presente allí. Sentir que hay Uno que sabe lo que nos conviene a todos y hacerlo un miembro más, nos dará la certeza de que cuando se vayan a tomar decisiones, El actuará a través de la opinión de la mayoría.

Tercera Tradición. Prestarse mutua ayuda. Cuando necesitemos tomar decisiones, podemos buscar a alguien que no esté sesgado con la información, alguien imparcial, que vea las situaciones objetivamente y pueda darnos su opinión. Por lo general personas que ya han pasado por situaciones similares podrán ayudar con nuevas ideas u otras opciones.

Cuarta Tradición. Autonomía. Es el derecho que tenemos a gobernar nuestros actos. En realidad podemos hacer lo que estimemos conveniente, siempre y cuando se cumpla con la regla de oro: no le hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti. Puedes hacer lo que quieras, si y solo si, no te lastimas a ti mismo ni a nadie con tus decisiones. Usando unos buenos límites, podemos decidir con un NO rotundo por ejemplo, a todo aquello que nos lastime, nos haga daño, nos perjudique, no nos convenga, sea ilegal, no nos guste y no nos sirva. O podremos decidir con un SI rotundo, a todo aquello que nos apoye, que nos fortalezca, que nos ayude a mejorar nuestra calidad de vida, que nos ayude a recuperar nuestro sano juicio y nuestra cordura, que nos enriquezca de mente y espíritu, que nos mantenga saludables y que nos de serenidad y paz.

Quinta Tradición. Habla sobre nuestro propósito. Nos invita a pensar sobre el propósito de nuestras decisiones. Nuestros verdaderos motivos. Lo que realmente buscamos. Un buen propósito siempre será el servicio. Buscar nuestro bienestar a costa de otros, no será un buen propósito y será mejor replantear la decisión.

Sexta Tradición. Nos pone frente al dinero, la propiedad y el prestigio. Uniéndola con la Tradición anterior, si nuestro propósito es buscar el dinero, la propiedad o el prestigio, estos por lo general nos desvían de nuestro objetivo primordial. Unos cuántos han falsificado documentos, han hipotecado sus casas, vendido sus hijos, y han tomados las peores decisiones de sus vidas, por tratar de alcanzar uno de esos tres a cualquier precio, olvidando sus familias, su propio bienestar y haciendo caso omiso de las necesidades de sus seres queridos.

Séptima Tradición. El principio espiritual de la autosuficiencia, siempre será un herramienta útil que nos brinda libertad al momento de tomar decisiones. Ser dependientes económicamente, socialmente, físicamente, nos hace esclavos de aquel que presta la ayuda. Y aunque estas relaciones se hacen basadas sobre la mejor de las intenciones y con la mejor buena fe, casi siempre terminan siendo lazos de esclavitud que nos someten y nos impiden tomar decisiones por la inmensa deuda que hemos contraído con alguien. El agradecimiento se convierte en el impedimento mas fuerte a cualquier decisión que queramos emprender para salir de aquel suplicio. La autosuficiencia y la independencia en todos los aspectos de nuestra vida no da el regalo de poder decidir con libertad.

Octava Tradición. Podemos y de hecho debemos, contratar personal especializado que nos brinde toda la información necesaria para tomar la decisión más adecuada en un negocio, en una venta, o en casos que así lo ameriten. Consultar con un médico un viaje, con un asesor una inversión, son herramientas que nos darán fortaleza al momento de tomar las mejores decisiones.

Novena Tradición. Se elegirá por consenso a aquel que tome las decisiones en nombre alguien o en nombre de un grupo. Jamás deberá ser una decisión unilateral.  En algunos casos de enfermedad de un adulto mayor por ejemplo, uno de los hijos, por lo general el mayor, se arroga el derecho a decidir por el adulto sin tener en cuenta a los demás. Todos los implicados deberán reunirse y tomar la mejor decisión y el encargado deberá entregar cuentas a los demás. En el caso de los hijos pequeños, ambos padres deberán tomar las decisiones más adecuadas para sus hijos. El hecho de que sea uno sólo el que decide, no toma en cuenta el bienestar común de todos los miembros. Los hijos con limitaciones serán representados por personas competentes y elegidas de común acuerdo en la familia, para evitar que haya decisiones arbitrarias.

Décima Tradición. No se emitirán opiniones sobre asuntos ajenos. No podemos tomar decisiones por otras personas, ni influir en sus decisiones. Cada uno y de acuerdo a su propia situación deberá tratar de resolverlo a su manera, con sus recursos y ayudado por la guía espiritual del Dios de su entendimiento. Muchas veces agravamos situaciones ajenas cuando aconsejamos una decisión inadecuada ya que no conocemos la información completa ni disponemos de la realidad que viven las otras personas. En los programas de Doce Pasos cada uno se ocupa de sus asuntos, toma lo que le sirve y desecha el resto y aplica a su caso particular lo que decide que le puede convenir, tomado de la experiencia, fortaleza y esperanza de sus compañeros.

Undécima Tradición. Atracción, no promoción. Aprender el arte de tomar decisiones en un programa de recuperación y ser ejemplo vivo dentro del núcleo de una familia, es la mejor forma de enseñar a las nuevas generaciones a no tener miedo a decidir. Sólo nuestra forma de vida les puede dar la confianza necesaria para que tomen sus decisiones sin miedo a la descalificación, al pellizco, a la vergûenza, o al castigo, dándoles apoyo incondicional, acompañamiento y brindándoles la mano y el corazón cuando se equivoquen.

Duodécima Tradición. Anteponer los principios a las personas. Son principios, respetar los derechos de los demás, velar por el bienestar de todos aquellos que estén a mi cargo, facilitarme los medios necesarios para tener una vida con sano juicio, serenidad y paz. No podemos echar por la borda nuestra escala de valores por las decisiones de los demás. Y tampoco podemos hacer caso omiso de ellos sólo pretendiendo intereses descabellados. Por eso para aquellos que estamos en un programa de recuperación, el hecho de poner cada decisión a la luz de los Principios del programa, nos da la guía y la dirección para aprender a tomar decisiones. Que nuestras decisiones no dependan de QUIEN nos hace la propuesta, sino en QUE se basa la propuesta.

Superar la dependencia a la aprobación de los demás, buscar el progreso no la perfección, ocuparse de nuestros propios asuntos, tratar a los demás y a nosotros mismos con dignidad y respeto, son algunas sugerencias que son válidas al momento de tomar decisiones. Dejar de culpar al pasado y a todos los que participaron en él,  abre la puerta para aceptar ahora mi responsabilidad sobre mí mism@ y tratarme con amor al momento de tomar decisiones. Es hora de cambiar mi actitud frente a mis decisiones. Tengo los instrumentos, tengo la guía espiritual, sólo debo llevarlo a la práctica.



Que la serenidad y la paz te acompañen a lo largo del camino, siempre.

ANNY L

























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